El lago
- Ana Mata
- Aug 31, 2017
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Mis abuelos acostumbraban a tirar cosas en el lago. Lo hacían porque los objetos a veces cuentan historias que se quieren borrar suavemente; sin movimientos bruscos, sin hacer nada demasiado definitivo, solo dejando que se hundan. Los lagos eran lugares terroríficos en la noche. Poseedores de una magia capaz de mover lo que tenía dentro: de revivir todos tus secretos si querían. Mis abuelos no nadaban en el lago ni dejaban que sus hijos lo hicieran. Es peligroso, decían, en el fondo hay algas que atraparían tus pies y te ahogarían. A lo sumo tomaban el sol por ahí cerca. A lo sumo lo percibían brillando a lo lejos; un espejo que para siempre les daría miedo voltear a ver. En el fondo, las historias densas y dolorosas forman parte de una vegetación poco espesa y, en realidad, algo débil y descolorida. Los objetos familiares se mezclan sin cuidado con la basura, los peces y las piedras, y esto alivia mucho porque hay un sentido de orden en el cosmos. No somos más que nosotros mismos. Ni lo más importante que poseemos es tan importante como para guardar distancia con lo que se acumula sin prisa en el fondo de un lago. El lago de un pueblito con el cielo claro y las aguas oscuras, aguas dulces que son capaces de tragar generosamente las peores historias rotas.
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