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Este tornado te ama, huracán

  • Writer: Ana Mata
    Ana Mata
  • Dec 28, 2017
  • 3 min read

Nunca me imaginé cuanta de tu frescura quedó plasmada en las fotos del álbum que llamé Berlin.


Te pensé de puntitas, estirando un brazo y pagando unas cervezas. Acercándote a mí diciendo: dein kleiner Kuchen, mademoiselle, con un pastelito de chocolate en la mano. Sacudiendo la cabeza de un lado al otro en un concierto. Soltando las manos del manubrio para refrescar las axilas mientras andábamos por la ciudad en bici. Me acordé del día que me preguntaste de qué me servía ser mexicana si no era para llevarme la bicicleta del vecino y yo te respondí que no tenía nada que ver ser ladrona y ser mexicana y te reías mucho sin despegarme la mirada y decías, ¿dónde está tu sentido de aventura, mate, dónde, dónde? Recordé que yo siempre tenía más miedo que tú (lo normal porque tú no tienes nunca miedo) y que parte de lo que amo locamente de tí es que me empujas al agua, me invitas a la estridencia de comerse el mundo; de apropiarse lo que necesita ser apropiado sin hacer mayor lío.


Recordé tus dedos gordos del pie. De la tira de fotos que nos sacamos en una cabinita apestosa que encontramos sobre un puente a un costado del Berliner Ensamble; las que le mandamos a Dylan porque en ese momento él había vuelto a vivir en Oklahoma y lo extrañábamos mucho. El detalle minúsculo de los dibujos que haces siempre en servilletas, envoltorios, boletos, panfletos, carteleras, papelitos: la vez que me recibiste con un collage de una viejita ruda sobre una motocicleta que decía long time no see, mate. Recordé tu aversión a los cigarrillos y la distancia reglamentaria que tomabas cuando yo encendía uno. Nuestra falta de alemán y las señas y los gestos que lo paliaban (y que después nos daban un chingo de risa: ¿cómo se dice “pastillas para la fiebre” con gestos?). El exceso insalubre de Herzog y de Wenders, el topless descarado, el hurto sin fin (de chocolates y quesitos y libros y postales), la comida libanesa. Ver Easy Rider tomando cerveza en un patio lleno de gente linda. Ver una exposición de fotoperiodismo de Magnum y salir tristes a la calle donde hacía un verano feliz e infernal. Reponernos tomando becks lemon sentadas en la banqueta. Correr para alcanzar el metro. Correr para tirarse al río. Correr para ganar la bicicleta más cómoda y la más bonita.


Nuestras despedidas varias porque siempre vivimos lejos y nos amamos mucho. Nuestros besitos rápidos en la boca para decir chau (nunca te gustaron los abrazos) y la promesa de escribir y de dibujarnos postales, de mandarnos guiones, de contarnos de nuestros novios y de nuestros padres. El último viaje juntas estábamos en otro país, en un auto prestado que tu manejabas sin licencia y sin seguro y sin cinturón. Cuando me bajé te vi esperando, quieta. Nunca lloraste enfrente mío. Creo que casi nunca lloras pero esa vez habíamos estado solas dos semanas y estuvimos escuchando mucho Sufjan Stevens y estabas lejos de tu casa y empezaba el invierno y te vi llorando. Te acompañé en el sentimiento un buen rato, sin acercarme. No quería interrumpirte pero tampoco quería dejarte así. Ahí estuvimos, sin que tú lo supieras, hasta que te vi pasarte las manos por la cara y respirar; ya había pasado, y arrancaste.

 
 
 

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