Mariscas
- Ana Mata
- Dec 15, 2016
- 2 min read
Lo que más me gustaba de esos sábados era hablar de cochinadas y delicias como si el micrófono estuviera apagado. Fuimos felices en esa cabina improvisada y apestosa, llena de primeras veces para todo. De música triste y sensual, de rodillas separadas, de historias ridículas, de coquetería pura, de una tibieza al andar, de voces sencillas y puntos de vista raros, de vicios amorosos, de posibilidades tan desastrosas como prometedoras. Entrábamos en aguas oscuras para limpiarnos.
Después salíamos al rayo del sol en plena Narvarte y medio borrachas. O más que borrachas, sintonizadas. Salíamos con los hombros descubiertos. Los hombros siempre buscando ser besados con un beso suave y sentidito, como besa alguien capaz de admirar su belleza dura y redonda. No teníamos nada que temer. Buscábamos con esa lentitud acalorada donde ver pornografía el resto de la tarde, para cultivarnos, para terminar hablando de nosotras mismas, de lo que se sienten las cosas y llorar y apapacharnos. Fantaseábamos con la posibilidad de encontrar porno del bueno, del chingón, del que en serio se te antoja.
La casa de Macarena era un santuario porque vivía con su mamá y su mamá era tremendamente cool. Ahí tomábamos alguna bebida para crecer fuertes y llorar menos, ahí pisábamos aguacates con limón y sal en platitos de cerámica hechos a mano. Compartíamos los cigarrillos y los pinta labios y si alguna necesitaba ayuda para ver si teníamos barbas de esas oscuras que nos salen a las chicas, entre todas la explorábamos muriéndonos de risa por la tragedia de ser un animal peludo y sensible. Siempre alguna se ponía a cocinar algo que requería dedicación y ayuda y algo de música. Y así nos amábamos. Hablando de sexo explícito en imágenes que eran sencillas y a veces bellas y siniestras otras, y que cuando eran interesantes nos conmovían para siempre. Entendíamos que no se puede hablar de nosotras mismas sin hablar del sexo que tenemos y del sexo que deseamos y de cómo y con quién y en dónde y qué pasó y dónde te tocó y qué te dijo. El sexo es la sal de la vida, la sal del aguacate con sal y limón, la sal del mar y los mariscos: los buenos besos suben de la concha.
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