No es cierto que tu corazón está siempre en el mismo lugar

A veces te miro y sé que se te está escapando. Que me miras como miras a alguien que no conoces. Como pensando en otra cosa o mirando algún detalle nuevo de mi expresión, un nuevo olor en mi cuello: algo distinto. Nos hemos acostado en camas ajenas muchas veces. Con baños todos verdes y pisos resbalosos. Con ventiladores recién lustrados, viejos y rítmicos en serio. En cuartos iluminados por líneas hermosas y duras que entran a través de la persiana. Cuartos frescos y secos, con naturaleza roja afuera. En camas con sábanas limpias, lavadas a mano, lavadas con la cadencia que exigen las manchas; las de café, de sangre y de baba y semen. No es nuestra cama. No tiene nuestro olor. Nuestra cama tiene sábanas más bien nuevas y sin chiste.Son sábanas hechas en una fábrica en China donde la gente no es feliz y no está haciendo las cosas como se hacen cuando algo se hace realmente.Son sábanas tristes. Las mandamos a lavar y también por eso no pueden ser nuestras, lo sabemos bien. No tienen colores que nos gusten. No las tendemos al sol ni conocen siquiera un patio, menos aún un descampado donde las azote el viento. A mí me gustaría sentarme a tomar algo detrás de las sábanas recién colgadas. Escuchando como gotean. Me gustaría tener las manos doloridas de exprimirles el agua fría, de jalarlas sobre una cuerda áspera y tensa. Con ganas de que nunca termine su frescura, de apoyar la espalda desnuda contra ellas, intentar pegar la nuca, las manos rojas y calientes. Quisiera escuchar a los lejos una fiesta, algunas personas cantando para alguien, algunas otras recogiendo partes del paisaje para regalarle. Flores de cactus, especialmente. Las que son la última cosa que hace el maguey porque le cuestan la vida. La última flor de un desierto abierto.