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Peso es fuerza

  • Writer: Ana Mata
    Ana Mata
  • Jan 17, 2019
  • 3 min read

Recuerdo que cuando me salieron estrías en los muslos lloré. Sentía que nunca más iba a poder ser bonita. Cuando le conté esa escena a Leo no lo podía creer. Perder cosas porque el cuerpo cambia a él no le parecía posible. Yo me imaginaba que esas marcas rojas eran feas. De alguna manera estaban estrenando mi cuerpo con fealdad. Una mancha en un récord impecable. Una mala nota en el boletín. Nunca antes había sentido que algo mío era feo. Que los cuerpos van sumando rasgos con el tiempo es algo que para mí no era evidente. Supongo que me imaginaba cuerpos perfectos. Eternos. No lo sé. De niña nunca supe que los cuerpos diferentes estaban bien. Veía cuerpos más bien parejos en la televisión o en las revistas. Mi tía tenía un cuerpo flaco y con pocas tetas. Usaba bikinis verde limón y a mí me encantaba cuando no se depilaba las piernas porque parecía un oso. Mi mamá tenía una cicatriz enorme que le atravesaba diagonalmente la panza pero también era flaca y usaba el pelo suelto y largo y nunca se metía a nadar; sólo leía al lado de los cuerpos de agua donde nosotros nos zambullíamos jugando al tiburón. Mi abuela Coqui era ínfima y siempre se vestía igual. Nunca la vi desnuda. Toda la vida se pintó todas las uñas del color coral de Revlon. Recuerdo mucho sus pies y su facilidad para matar alacranes con una alpargata. Durante el tiempo que conviví con mi Abuela Lola ella seguía trabajando toda la semana. La veía en el jardín con pants y sudadera que hacían juego. Recuerdo mucho sus grandes tetas porque no usaba corpiño mientras regaba el jardín. Algunas de mis primas eran gordas y no recuerdo cómo me sentía yo frente a eso pero sospecho que no sentía nada. Y en ese universo de cuerpos varios, mi mamá encorcetándome diligentemente con la idea de ser bella. Me decía que quería que yo estuviera linda y lo decía como si ella tuviera algún mérito en eso. Si yo no era linda sería su culpa. Eso pasó en mi adolescencia y en mi adolescencia yo no era linda: era entrañablemente monstruosa. Antes, de chica, yoera una fuerza natural. Con una energía equilibrada entre femenina y masculina. A esa versión mía todavía le rezo. Me gustaban las cosas que a ninguna de mis primas: los bichos, los árboles y jugar pesado: a aplastarnos, ahogarnos, jalarnos, a rodar colina abajo. También veía cosas de Disney y me gustaba mucho llorar.Me gustaba con toda seriedad y disciplina. Porque algo en mí se curaba con ese remedio.Adelantaba la experiencia que sería la muerte de mi mamá, un entrenamiento que yo misma detecté que necesitaba.El Oso, Bambi, Piecito, Dumbo. Personajes sin mamá. Para mi mamá mi cuerpo era hermoso pero gordito. Y cuando logré bajar de peso me decía lo mismo. No lo podía creer. Me decía exactamente lo mismo. Una vez mirando la luna pensé que ni desapareciendo sería lo suficientemente bella. Tal vez sería la más linda para mi mamá cuando me esfumara por completo. Tal vez de eso se trataba se linda: de ocupar poco espacio hasta desaparecer. Pero yo no podía desaparecer ni estaba en mis planes. Navegué años con una suerte que yo no pedí tener, igual que no pedí tener la mamá que tuve, ni este cuerpo. Esa suerte era la certeza interna, la memoria clara y simple de que las cosas que yo siempre amé hacer, dan hambre. Y son muy valiosas las cosas que dan hambre. Pasaron años antes de mis rescate. Una frase me rescató. Una frase que escuché en un video de youtube y que tomo en una mano a la Ana de ocho años y en la otra a la de veintiocho y las reconectó:peso es fuerza.

 
 
 

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