Ronca, bruxa y sueña
- Ana Mata
- May 18, 2018
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Hoy me acordé de ti cuando tiré a la basura el primer calzón que me quitaste. Esa tarde salimos de un bar transformados. Siempre recuerdo esa escena. Dos vasos con hielos en los que vierten café. Tú y yo frente a frente junto a una ventana. Nuestras rodillas chocando abajo de la mesa y nosotros que no queremos evitarlo. Salimos de ese bar transformados porque entramos normales y salimos queriendo estar desnudos. Salimos calientes. Con la calentura que se siente como pasarte una pluma que da cosquillas por tu lugar favorito. Un calentura del coqueteo que es un sutil cambio de tono, en tus ojos, en tu toque, y que hace que de pronto las escenas cotidianas se tensen con la promesa de explotar quizás. Nos agarramos de la mano caminando y se sintió como encontrar la correcta entre un montón de llaves. Nunca habíamos hecho esto. Un momento que brilla aún hoy en su simpleza y que era múltiples momentos porque, por adentro, era como una de esas velas exageradas de cumpleaños que sacan chispas. Y ahí volteé y dije: quiero darte un besazo. Y dijiste: bueno. Y me esperaste en pausa. Me despedí de una orilla y llegué a la tuya. Un viaje de medio metro que se me hizo súper largo y cuando estuve ahí hundí mi boca sobre tu boca y nos besamos. Salimos de ese beso transformados. Porque cuando besas a alguien lo puedes ver desde otro ángulo y a veces eso equivale a encender una licuadora o a veces no pero esta vez sí. Nunca habíamos hecho esto. Caminamos en silencio y entramos al auto. Y yo: ¿hacia dónde vas? Y tú: hacia donde tú vayas. Arrancamos. Silencio. Y unas cuadras después dijiste tranquilo: te quiero chupar toda. Y yo entré a reírme. De nervios. Y sentí, sentí físicamente, que algo inesperado subió casi hasta mi garganta desde la concha. Sólo me salió decirte: qué. Y respondiste: lo que oíste. Te miré cuando la luz se puso en rojo. Estabas feliz poniéndote los lentes de sol y suspirando. Te acomodaste la erección tomándola con una mano por fuera de los pantalones. Me muero, dije. Y pusiste algo de Babasónicos. Esa tarde me esperaste horas porque tuve que ir a trabajar. El resto de la historia es aburrido cuando pienso en el momento en que por fin estábamos a solas. Con todo a nuestro favor. Creí que pasaría volando pero no. Todo tú, para mi sorpresa, eras despacito. Te recuerdo desabrochándome el pantalón y asomándote dentro. Bajándolo expiraste un gemido estando frente a mi calzón rosa eléctrico. Era lo último que quedaba entre nosotros, único rezago del mundo donde se usa ropa. Y recorriste su forma por las costuras con las palmas de las manos. Yendo del ombligo a la espalda y saltando después a las nalgas y subiendo hasta la cadera y bajando sobre las ingles hasta llegar al sexo. Y desde esa vez juntos tus palabras me generaban mariposas groseras, casi nauseabundas. Y te recuerdo siempre en esas pausas largas de después. Sentado en la cama mirando el techo y olfateando el olor dulzón que te quedaba en las manos. Decías: me encanta. Y yo te revolvía el pelo y te quedabas súper dormido. Y roncabas y bruxabas y soñabas. Hoy me acordé de ti cuando tiré a la basura el primer calzón que me quitaste… y pensé en escribirte. ¿Cómo has estado?
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